lunes, 29 de noviembre de 2010

Vomitando Conejos

En vez del mago que saca el conejo de la galera, a los conejos los saco de adentro mio. Es una magia sencilla, dolorosa al principio pero altamente efectiva. ¿Será porque la magia la tengo dentro?

"Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca
como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que
sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico,
transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo
sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un
conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo
de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma
de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece
satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo
con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la
piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría
en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran
maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del
todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y
yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a
la de tantos que compran sus conejos en las granjas.


Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi
vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o
era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar
mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por
un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo
tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en
el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo
de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba
el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba.
Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin
preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba
la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres
del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la
cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una
vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método."

(extraido de "Carta a una señorita en Paris", Julio Cortázar).

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