Érase una vez, aquí, una mesa con 12 panes, trece personas de carne, y
un cuenco de plata lleno de vino. Uno se acercó al centro, y dijo: "esa
es tu sangre, que se derramó para llegar a cada uno de nosotros. Este
pan en mi mano, y yo con él, seremos tu cuerpo, que se reunirá otra vez
con la cabeza, tras haber sido dividido y entregado a la muerte por
Adán." Mojó el pan en la copa, y se lo ofreció a quien los reunía: "tuyo
es el cuerpo". El otro comió, y dijo: "gracias, estás evitando que
retire mi sangre, mi red, sin pesca".
Lo múltiple se reunió con lo Uno. Y continuó diciendo así, él, que es
recaudador de los espíritus deudores a Dios Padre: "La Palabra es la
sangre Nueva. Ella es el Espíritu que vendrá, semejante en todo al fuego."
Nos despedimos y separamos, habiendo preparado nuestros corazones, que
cálices son, para ser recipientes del lenguaje del espíritu. Esto fue
posible por aquél que nos representa, y aligera las tareas, facilitándolas.
En nuestros pechos resonaría el Verbo, y ya no nos consideraríamos ni
individuos, ni un cuerpo desmembrado, porque éste último se estaba
retirando hecho ofrenda.
El sonido nuevo divide al mundo en contrapunto. Hay diferencia entre los
niveles de ser de las personas.
El Espíritu va tejiendo la trama divina en la urdimbre de los creyentes.
La lana es llama, que aquí prende, y no acullá.
Guillermo Pérez Farquharson.
nota: el texto fue escrito mediante una navegación fortuita de los
símbolos, es decir, de la analogía entre por ejemplo: red, sangre, vino,
por un lado, y luego fuego, palabra, sonido.
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